domingo, 1 de junio de 2008

(015) La Cita

Ambas personas estaban sentadas en el mismo bar, a la misma mesa, pero distantes el uno del otro. Ninguna palabra salía de sus respectivas bocas, sólo se miraban. La gente que estaba presente, ni siquiera les notaba. Estaban ausentes, en otro mundo. Un mundo interior, en el cual se establecían otros límites y otros parámetros. Nadie podría adivinar a ciencia cierta, si pensaban en sí mismos, nadie, ni siquiera un vidente, un adivinador o un telépata.

Sus ojos se habían detenido en los del otro, penetrándolos e intentando llegar a su inconsciente. Tanto es así, que sus venas se distinguían en la blancura del globo ocular.

El mesero, que entregó el pedido, murmuró unas palabras que se perdieron en lo alto del local, una pizzería instalada en una casa antigua, con techos altos, ventiladores de techo con bombillas de luz, que, tenuemente iluminaban las mesas. Una barra con taburetes, que nada tenía que envidiar a los locales del Norte de América, con sus empleados vestidos de delantales rojos y gorros verdes con amplias viseras.

A pesar de lo alto de las conversaciones en mesas vecinas, era impávida la actitud de nuestra mesa.

Hasta que una de las personas se levantó tomó su cartera y se dirigió al baño. Éste estaba decorado con todo lujo, amplios espejos con luces dicroicas potentes y cerámicas estampadas con un detalle muy femenino, en colores pasteles, verde agua y rosado. Una luz de tubo de marquesina, que titilaba, se escabullía por una pequeña ventana de respiración que daba al callejón del costado del local.

Afuera, una noche tórrida, tranquila y desolada, era interrumpida por el ladrido de un perro vagabundo que merodeaba los tachos de basura, en la puerta de servicio, al sentir el aroma de la mujer a través de la ventana del baño.

La mujer en cuestión, estaba muy bien ataviada, con un trajecito de saco y pollera que, ajustado al cuerpo, permitía descubrir unas formas definitivamente femeninas y seductoras.

Esperando en la mesa la otra persona, había comenzado a disfrutar de su pedido, presentado con un mantel individual de papel, impreso a varias tintas, resaltando el nombre del lugar. Al frente, su vaso contenía una mezcla de licores y colores, aromatizados con una base de jugo de raíces para apaciguar el fuerte sabor a alcohol.

La intranquilidad comenzó a tomar forma, su estado de nerviosismo aumentó a medida que disminuía el contenido del vaso.

Al mismo tiempo, en el baño, la mujer no podía contener sus lágrimas. Debió continuar con trozos de papel higiénico al terminar su paquete de pañuelos descartables. Estaba totalmente desconsolada, las líneas de su rostro desfiguradas por trazos azules, ajenos a la madre naturaleza, navegaban por sus pómulos redondeados y por su mirada inflamada. Trató de enjugarse los ojos y salió en busca de su mesa.

Era indudable, la relación o el intento de serlo, había terminado. La femenina mujer, no podía creerlo, no quería creerlo.

Al llegar, la otra persona había terminado su vaso y ella, decidió increparla con voz temblorosa:

- ¿Por qué...? ¿Es que jugar con los sentimientos de los demás, es divertido? ¿Acaso pensaste que no me iba a doler tu actitud? ¿O acaso me creaste falsas expectativas por que soy mujer? ¿Por qué me engañaste de esta manera...?

Sin decir palabra, la otra persona, vestida de manera similar a la anterior, se levantó de la mesa sin murmurar.

Todos los hombres del lugar se dieron vuelta para mirarla, sus pantalones ajustados y su manera de caminar, hizo suspirar a más de uno.

Al salir, la puerta se cerró suavemente, condicionada por el gato hidráulico que manipulaba su acción. Se subió al automóvil estacionado al frente del local, y se dirigió a su apartamento. Aún permanecía imperturbable. Entró al apartamento y dejó su cartera delicadamente sobre la cómoda, se sentó y comenzó a acicalarse, a quitarse sus joyas y sus pinturas.

Al finalizar, se puso de pie y se dirigió al baño, y comenzó a depilarse las piernas, largas, flacas. Luego, tomó la espuma de afeitar y descargando una porción en la palma de su mano, se la pasó por el rostro, debía afeitarse la barba.

Y, aunque otra mujer, la quiso amar como mujer, su cuerpo de hombre, le impedía la felicidad de serlo.

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Datos del Autor

Mi foto
Nacio el 28 de septiembre en Montevideo, Uruguay. Ha publicado historias con el "nick" de Rosa M. Medina; y, terceros han publicado parte de sus poemas en "El Vocero" de San Juan, Puerto Rico. Estuvo viviendo en San Juan, Puerto Rico; y Loiza, Puerto Rico. Actualmente reside en Montevideo.