domingo, 22 de junio de 2008

(010) Así Son Las Reglas.

Érase una vez, un chico que gustaba de soñar y divertirse, que adoraba dejarse guiar por la imaginación y vivir los sueños.

Este chico vivía en una jungla de cemento gobernada por rascacielos, y habitaba en una casa lujosa, desde la cual su padre dirigía una compañía. Dicha compañía tenía carácter independiente; tan independiente que, estando el lugar totalmente cercado, se incluían en él: viviendas, fábricas, parques de recreo, hospitales, restaurantes; en fin, una ciudad dentro de otra.

Su padre, un hombre extravagante y omnipotente, le enseñaba, en lugar del viejo dicho: "El cliente siempre tiene la razón", uno nuevo: "Así son las reglas". Es verdad a cada instante se las cambiaba, y volvía a decirle: "Las reglas se deben respetar o hay que atenerse a las consecuencias".

Su vida transitaba de la casa al colegio y viceversa.

El tiempo transcurrió, el chico creció y la compañía con él. Ya no se trataba de una compañía, ya era una ciudad en la que todos se guiaban por las reglas que les habían impuesto; y como al hijo, se las cambiaban en todo momento de acuerdo a sus intereses.

Los empleados, que pasaron a ser los ciudadanos del lugar, firmaban contratos, que luego no se respetaban, puesto que todos los contratos eran supervisados por el padre y dueño de la compañía.

Es así, que un día, el padre falleció y fue duelo nacional; el chico, cansado de una vida trazada sobre reglas incomprensibles, decidió abrirse y dejar que los asesores del padre continuaran llevando a cabo la dirección de la compañía, hecho que motivó a la ciudadanía a revelarse en contra de aquellos que no habían sido más que el diez por ciento de quien moviera el engranaje de todos, de quien llevara adelante el lugar, la compañía.

Los asesores, a fin de que la ciudadanía les apoyara, decidieron que de ahora en más, todos eligieran a la persona que mejor les representase, que les dieran la oportunidad de discernir ¿qué asesor llevaría adelante la ciudad?

A algunos no les interesó pero ellos, ávidos de poder, les obligaron, puesto que necesitaban la mayoría de la ciudadanía, según había dictaminado el heredero.

La batalla por el poder se sucedía; el mismo les brindaría la posibilidad en un período de cinco años de: no pagar impuestos, agua potable, luz eléctrica y teléfono, importante sueldo, pase a principales eventos, salida en primeras planas; y también, cinco años después.

Ellos continuarían con el dicho del padre: "Así son las reglas".

La ciudadanía aceptó el reto, y comenzó el período de elecciones.

Se gastó en imprenta; se deberían emitir papeletas para la elección y a cada una se le denominó: "voto".

Se gastó en publicidad: cada candidato publicitará su candidatura para la obtención de votos.

Se gastó en denominar un plantel de empleados imparciales, para que oficiaran de contadores y jueces que supervisaran la elección, y se denominó: "corte electoral". Aunque este hecho determinó que hubiesen nuevos puestos de trabajo, necesarios para abolir el diez por ciento de desocupados, que existía en ese entonces.

La ciudadanía hacía sus conjeturas y participaba en emisiones radiales, televisivas, y hasta participó intentando recaudar votos para uno u otro candidato.

Cada uno de los candidatos, en su lucha por el poder, comenzaron a comprar votos; es decir, prometían puestos de trabajo, daban dinero y hasta ofrecían pequeñas fábricas; y se denominó: "corrupción".

Lo que había forjado una persona, terminó siendo una ciudad más, un país más, en el cual, la lucha por el poder se transformó, de tal manera que fue espejo de las demás, y se denominó: "mundo civilizado".

domingo, 15 de junio de 2008

(020) Notas de un Turista

La ambulancia evadía los baches, intentando un andar más tranquilo, con la sirena apagada y las luces superiores, jugando a la calesita con el rojo y azul. Los tres hombres uniformados iban en la cabina conversando y tomando mate.

Uno de ellos, ubicado en medio, sintió un pinchazo y miró. En su casaca blanca se distinguía un punto negro y rojo, que había quebrantado la pureza de la prenda. Era un adminículo pequeño con forma de “araña”. Parecía un chip de computadora. Asombrado, le mostró a los demás y uno de ellos exclamó: “Sí, sí, he visto alguno de esos en casa de un conocido. Vayamos allá y se lo mostramos”.

El conductor giró bruscamente el volante, situando a la camioneta hacia otra dirección.

Una vez estacionados, bajaron y llamaron a la puerta.

Una persona de sexo masculino, de unos veintitantos años, con gafas gruesas, abrió la puerta y al verles, les invitó a pasar.

Presurosos, le mostraron el artefacto.

Al cabo de unos instantes, le conectó a la computadora que estaba sobre su escritorio de labores. Un escritorio común, cargado de cosas extrañas, para el que lo veía por primera vez. No cabía un alfiler en él. Sobre el mismo, tres estantes se arqueaban intentando sostener el pesado equipamiento.

Luego de algunas conexiones y órdenes al teclado, se comenzó a ver una gráfica, en el monitor, que oscilaba constantemente y se escuchó lo siguiente:

“Vigésimo noveno sol en la octava parte de la órbita terrestre del 3005.

Hace una quincuagésima segunda parte de la órbita terrestre temporal que estoy aquí y la soledad me invade (soledad que ya había estado presente en el viaje anterior, aunque en esta oportunidad se ha acrecentado por la pérdida de un ser querido, amado, que habría sido la posible continuación de la especie, si el otro ser así lo hubiese querido), en esta precaria civilización.

‘Atención, atención, unidad de visita 3.493.910.012...’, ‘...atención...’.

Parece que el espacio y el tiempo se hubiesen detenido unas mil órbitas terrestres en torno a una envejecida estrella solar de esta galaxia. Es decir que estoy caminando y pisando la historia, pisando las unidades minerales, de masa regular, que están dispuestas a lo largo de las sendas de comunicación espacial, de la antigua civilización del segmento inferior del planeta.

Trigésimo sol en la octava parte de la órbita terrestre del 3005.

El período de actividad sin sol, es cruel, y la temperatura baja considerablemente en esta época que ellos denominan como verano. Aunque he escuchado comentarios en los que la época de invierno, en la primera parte de la órbita, es totalmente inhabitable fuera de las unidades de descanso.

He notado que varios de los integrantes de esta civilización usan uniformes, que los identifican como pertenecientes a un clan, y portan una especie de utensilios antiguos que emiten una partícula para perforar el cuerpo y así doblegar a otros integrantes. Por lo que he indagado se denominan militares, una congregación que en el pasado definían lo que hoy es la libertad y la paz. No logro entender cómo es que esta civilización está tan atrasada con respecto a las demás del segmento superior.

‘Atención, atención, unidad de visita 3.493.910.012...’, ‘...atención...’.

Continúo intentando la comunicación, pero el implante parece no funcionar. Los integrantes de esta civilización, me miran de forma extraña cuando intento comunicarme; es indudable que no conocen, ni siquiera se imaginan lo que es un implante de comunicación.

Debo intentar a toda costa sacarme el implante del pómulo derecho, para testearlo.

Trigésimo primer sol en la octava parte de la órbita terrestre del 3005.

En el período sin sol anterior, no he podido recuperar energía y mi cansancio genera malestares en mi interior. Se me han agotado las grageas de energía, y lo que me extraña, y que nunca había observado, es la ingestión de energía mediante el método enteral...

Parece increíble que en algunas unidades de descanso y reposición, sean tan adelantados en ingestión parenteral.

Primer sol en la novena parte de la órbita terrestre del 3005.

He logrado abrir un espacio para sacarme el implante pero una molestia me aqueja, aparte de no haber podido contener la salida del líquido energético, demás está decir que he manchado mi unidad de protección exterior.

En este primer sol de esta parte temporal, he notado que me vigilan, quizás mi unidad de protección les llame la atención, deberé conseguir las unidades que usan aquí.

Segundo sol en la novena parte de la órbita terrestre del 3005.

He buscado el implante, pero no lo he conseguido, ¿existe la posibilidad de que se haya movido de su lugar original?

Un detalle que no he clasificado en este informe: los medios de transporte espacial. Es sin duda algo incómodo y que emplea sendas de comunicación espacial que bien servirían para sendas de los integrantes. Son aproximadamente rectangulares con base en cuatro implementos (en algunos casos tienen más) que giran sobre sí mismos a una velocidad bastante rápida, aunque dista bastante de los giros de nuestros discos de comunicación espaciales - temporales.

Sigo notando la persecución de algunos integrantes, ya no creo que sea el problema de la unidad de protección, puesto que he conseguido una muy ordinaria.

Tercer sol en la novena parte de la órbita terrestre del 3005.

Un medio de transporte en la senda de comunicación, me está siguiendo, y esto atenta contra la seguridad de mi tranquilidad. No tengo más grageas anti - perturbación es probable que me hayan quedado en mi anterior unidad de protección.

Cuarto sol en la novena parte de la órbita terrestre del 3005.

Mi perturbación se ha vuelto insostenible y no he podido perder a este par de integrantes que me observan constantemente.

He pasado por un espacio - tiempo que contiene las plantas de producción de oxígeno que desarrollan en mi unidad de labor.

También he observado que algunos integrantes, usan protectores faciales, aunque por lo que pude apreciar en algunas instancias a una proximidad mayor, estos adminículos mejoran la visual de aquellos que los usan, es probable que sea la unidad visual actual.

Quinto sol en la novena parte de la órbita terrestre del 3005.

Es indudable que esta civilización no debió sobrepasar a la crisis del 2005, un detalle que me advierte de ello son que las unidades de descanso no protegen de la unidad solar.

Mi perturbación aumenta ha medida que los integrantes que me vigilan están cada vez más cerca, son dos y aunque con unidades de protección diferentes, sus rasgos faciales son inconfundibles. Otros dos integrantes con unidades de protección blancas, me han agarrado he intentan colocarme una unidad de protección que no permite los movimientos de mis miembros superiores.

Me comunican verbalmente que detenga mi voz, o sea mi unidad de registro de audio, y violentamente me aplican golpes con palos, que de acertar en mi pómulo izquierdo, podrían dejar sin efecto el registrador auditivo.

‘Atención, atención, unidad de visita 3.493.910.012...’, ‘...atención... me están conduciendo a una unidad de transporte de senda de comunicación espacial, que dice en su exterior: ‘Hospital Psiquiátrico Vilardebó, Montevideo, Uruguay, Plan 1999’... ”.

domingo, 8 de junio de 2008

(019) La Partida de la Llegada

Esa luz que llamaba mi atención, continuaba ahí, en el espejo retrovisor, y ese sonido, tan claro y fuerte que retumbaba en mi cabeza... no dejaba de molestarme e inquietarme. A pesar de que continuaba alejándome del lugar, ese resplandor, que veía por los tres espejos retrovisores, me impresionaba.

Debía llegar a tiempo, siempre había tenido problemas con el reloj, siempre se me adelantaba, pero no en esta oportunidad, no en este día.

Hoy es un día tan especial, que debo ganarle a la manecilla del reloj, no puede ser que nunca pueda con ella, e indudablemente todo es psíquico, es cuestión de ponerse en actitud mental positiva, y con ello poder lograr lo deseado. Todavía recuerdo cuando mi padre me decía: -“Querer es poder”.

¡Qué famosa frase, y cuán cierta!

Por lo tanto, y más en un día como el de hoy, es que debo poder hacer lo que tanto anhelo y lo que he querido desde que tengo uso de razón. Hoy voy a ser padre,...sí,...papá. Se me cae la baba de tan sólo decirlo. Es el por qué de mi existencia, y el que deba estar ahí, junto a mi mujer en este momento tan especial de mi vida.

¿Casado? Qué importa la condición civil, si uno es feliz. Eso es solamente papeleo burocrático, una forma más de incidir en la naturaleza. ¿Es acaso que los animales, libres en la pradera, necesitan papeleo para procrear y continuar su evolución, que el hombre detuvo y detiene, con tanta matanza desorganizada y sin algún motivo razonable, más que el de matar por diversión? ¿Diversión? No sé de qué diversión hablamos, cuando limitamos la existencia de alguna especie, que la naturaleza no lo ha hecho.

Y si no lo hizo, su razón tendrá. No estamos acá porque nosotros lo decidimos, la naturaleza lo hizo por nosotros. No, no se lo encomendamos, como la mafia encomienda matar por ellos y esconden la mano.

¿O es acaso que, por introducirnos en el ámbito de esta vida fugaz, temporal, debamos recriminarle y amonestarle eliminándola de la faz de la tierra?

No, eso no es correcto, y si así lo fuera, ¿debemos recriminar y amonestar a nuestros padres eliminándolos de este planeta?

Ellos nos quisieron para que los acompañemos en esta ruta sinuosa, plagada de desencantos y algunas felicidades.

Es por eso, que debo estar presente, en el momento de recibirlo, para que él pueda estar presente al despedirnos.

Aunque, seguía viendo el retrovisor, no podía dejar de pensar en esa luz y en ese sonido que había escuchado. Mi conciencia me hablaba a través de ese ruido ensordecedor.

Mi excitación era tal que no pude evitar volver, así pues detuve el vehículo y decidí poner rumbo hacia esa luz y, aunque pensaba que no iba a llegar a destino en tiempo y forma, tampoco podía dejar a lo que sugería fuese un accidente, del cual había zafado por milímetros. Posiblemente una mala maniobra del auto que venía detrás, y una colisión que sonó muy fuerte.

Mi deber me llamaba y mi conciencia también. Mi juramento hipocrático, al cual me debía, no permitía que hoy, en este día tan especial... no obstante, pudiese ser que no llegara tan rápido, que el parto se demorase un poco.

Estaba llegando a la esquina en cuestión, y realmente se me hacía difícil el acceder a la zona del accidente. Un montón de curiosos se agolpaba alrededor de la escena.

Decidí, aparcar el auto, y continuar a pie. Era tanto el gentío, estaban tan apretados y tan ensimismados, que mis solicitudes por pasar no eran escuchadas.

Hube de comenzar a gritar explicando que era médico y debía auxiliar a aquellas personas. Cuánto más gritaba, más impedían mi paso. ¿Qué poca consideración?, pensé. No es posible que seamos tan egoístas y poco solidarios con la gente que necesita de nuestra ayuda. ¿Es así cómo evolucionamos, sin ninguna clase de sentimientos hacia el prójimo?

Muy lentamente, me iba aproximando al lugar de los hechos, y seguía escuchando ese ruido fuerte en mi conciencia.

El auto, que era el mismo modelo y color del mío, estaba totalmente irreconocible, y parcialmente envuelto en llamas, así también un vehículo de transporte urbano de pasajeros, alguien no había respetado el cartel de “PARE”. La conmoción era tal, que tanto bomberos como personal policíaco, no demostraban interés alguno en cuanta palabra expresaba. ¿Hasta qué punto hemos retrocedido?

Me cansaba de decir que era médico y que movieran lo menos posible al accidentado, pese a que el conductor del automóvil estaba atrapado entre los fierros retorcidos y los bomberos continuaban su labor intentado sacarlo.

Sentí que alguien se acercaba a mí, y me volví instintivamente. Una persona mayor de unos sesenta años aproximadamente, alto, su vestimenta no mostraba demasiado lujo, y con una herida en su cabeza, me solicitó que fuese a ver a su compañera, que estaba sentada en el vehículo de transporte y había resultado lastimada. No pude más que revisarle la herida y responderle que se hiciera ver por los técnicos de la ambulancia especializada y esperara a que sacaran al hombre del auto, que indudablemente, necesitaba urgente atención.

No sé por qué le contesté eso y una ráfaga de estupidez cruzó por mi mente al intentar ver las placas del automóvil. ¿Intentaba tomar nota para jugarle a la quiniela? ¿Debía estar chocheando?

El hombre en cuestión hizo caso omiso a mi recomendación y dijo que su herida no era importante e insistía en que revisara a su compañera.

En tanto que lo hacía, y yo seguía observando la placa, un estado aletargado comenzó a apoderarse de mí, y perdí la noción del tiempo y del lugar.

Al reaccionar vi a mi señora y a mi hijo, en sus brazos, en un campo verde, solitario y especialmente tranquilo, observando un letrero tendido en el césped, el cual decía: “De su señora y su hijo, que llegó, en el momento en que él se fue”

Ahora comprendía bien, los números de la matrícula, que tanto llamaban mi atención, eran los míos.

(016) La Voz

El teléfono comenzó a vibrar, indudablemente alguien llamaba.

Sin mucha prisa levantó el tubo y luego de atender, su boca quedó entreabierta, su cara evidenció la sorpresa. Al otro lado del tubo, la voz, definitivamente femenina e irresistible, lograba superar los niveles de testosterona comunes para una persona de su edad.

Decididamente continuó con la conversación, no podía permitirse el lujo de dejar de escuchar ese timbre y ese tono de voz.

Unos pocos instantes después, sintió que un calor profundo emanaba del tubo, y aunque subía de temperatura no podía dejar de escuchar esa voz, hasta que la voz, repentinamente se despidió y, segundos después se escuchaba el tono de libre. Había dejado la línea.

El hombre, no podía dejar de pensar en ello. Su vida cambió totalmente. Sintió deseos de salir corriendo en busca de ella, pero no sabía absolutamente nada. Sólo que su corazón acelerado le indicaba que era algo especial.

Esa noche no pudo dormir, en su delirio escuchaba el timbre de voz que le llamaba, y corría hacia el teléfono, sin obtener respuesta alguna, sólo el tono telefónico habitual.

Se levantó a la mañana siguiente y se sentó al lado del teléfono. Una sensación de inseguridad le atormentaba, seguía pensando en lo mismo, seguía sonándole la voz dentro de su atónita e incoherente mente.

Eran la una y media de la tarde, cuando repentinamente, el teléfono comenzó a vibrar nuevamente.

No titubeó, se alzó con el tubo y al colocarlo en su oreja izquierda, sintió ese síntoma de placer, ese síntoma que había sentido hace mucho tiempo, con su primera cita, con su primer amor. Ese síntoma de escalofrío, que le navegaba por todo el cuerpo, por todo el torrente sanguíneo.

Todo su cuerpo se estremeció, y comenzó a gozar cada palabra que era emitida al otro lado de la línea, cada suspiro que hacía vibrar sus tímpanos y su mente.

Sus párpados, henchidos por una definitiva noche en vela, se cerraban cada vez por mayor periodo de tiempo, sus ojos comenzaban a desorientarse y su aliento se entrecortaba, a medida que la conversación se adentraba en un viaje a lo desconocido, rumbo al delirio.

Cada pedazo de superficie de su piel añosa, dejaba entrever claramente que su sentimiento era invadido por una onda de calor fría, que lo impulsaba a seguir aferrado al tubo.

Aún continuaba sin conocer con quien hablaba, pero poco importaba, pues algo inundaba su ser. Nunca había imaginado que una posibilidad de esta especie, hiciera lo que nadie había logrado, una sensación de juventud.

La voz continuaba con su locución, sin siquiera titubear, y aunque, él intentaba sonsacarle, no lograba conseguir dato alguno.

El enigma de la voz lo perturbaba, lo enloquecía. Quería saber todo acerca de ella, pero así como la mariposa despliega sus alas al sol, ella continuaba impasible.

De pronto, el tono habitual de la línea comenzó a sonar, nuevamente había desaparecido. Como si un sueño fuese la causa principal de las llamadas.

Su vida, que hasta entonces se había desarrollado tranquila y pacífica, prácticamente monótona, había sido usurpada por aquella voz, y una angustia desarrollada por aquel individuo, se había transformado en una pesadilla.

No podía trabajar, no podía leer, no podía razonar, sin que la voz le diera vueltas y vueltas dentro de su calva cabeza; dentro de su enmarañado cerebro.

Cuanto más pensaba, más sentía un dolor profundo en su lóbulo frontal, en su ya confusa mente.

Una incertidumbre de impotencia le rondaba a cada instante. Debía saber, debía conocer algo más.

Su tiempo cada vez más amplio, le impedía toda actividad. Sin pensarlo, se había transformado en ermitaño. No quería salir para no perder oportunidad de recibir la llamada, de escuchar su voz, de sentir. De sentir esa sensibilidad que hacía tiempo no experimentaba, no percibía.

Nuevamente hizo su aparición la llamada. Ya no recibía ninguna otra, ya no esperaba, ni atendía ninguna otra.

Y la sensual voz surgió de la línea, con su lujuria acostumbrada, con su caliente brisa que lograba aumentar la temperatura de esa fría tarde, de esa nevada tarde invernal. Sí, afuera, una impetuosa tormenta de nieve intentaba contrarrestar, infructuosamente, los efectos de esa voz, los efectos de esa brisa, caliente.

Y nuevamente el tubo emprendió sus embates contra el estático oído del escucha, nuevamente la voz lograba su cometido, y la brisa, lentamente comenzó a atraparlo, envolviéndolo en una trampa mortal. Su corazón latía tan de prisa, que su brazo, cuya mano izquierda paralizada y conteniendo el tubo telefónico, no advirtió el dolor que por él transitaba.

La forma de juventud, tan ansiada y lograda psíquicamente por el escucha, había sido su perdición. Sin siquiera saberlo, su veloz y añoso corazón, le advertía que ya no era lo mismo; le advertía que esa época remota había pasado, y se detuvo.

Sin embargo, su expresión de placer y alegría, continuó marcando su rostro rígido, inerte. La juventud, añorada por él, le jugaba una mala pasada. No obstante, su ilusión había vivido una segunda juventud, que gracias a la voz, había logrado.

En su agenda, en sus momentos de lucidez, escribió la siguiente frase: "Cuando suene el teléfono, y una voz desconocida haga su aparición, intenta disfrutarla, pero no seas desmedido. Averigüé que se llama Mónica. P/D: ¿será su verdadero nombre?...".

domingo, 1 de junio de 2008

(013) Alea Jacta Est

El lugar descansaba con su cansina tranquilidad diaria, y apenas, si se escuchaba el parpadeo de una polilla errante; era la biblioteca del pueblo. Una construcción soberbia y antigua, que databa de fines del siglo anterior, albergando una importante colección de impresos.

El bibliotecario era un hombre sumiso y responsable de su trabajo, así pues, dedicó cada parte de su tiempo en orientar sobre “Best Sellers” y todo aquel libro y/o documento que era muy buscado o premiado. Sin embargo solía dedicarles tiempo a esos otros que realmente le interesaban, que despertaban su curiosidad, que incitaban su sed literaria. Su aspecto físico no era del todo irregular, su morfología denotaba sus antecedentes sajones: alto, cabello castaño claro, y con acentuada papada; piernas largas y una leve tendencia a acumular grasas en su cintura, aunque se preocupaba en hacer algo de ejercicio en un club no muy lejano al trabajo y que estaba en dirección a su casa, trayecto que lo hacía caminando pues entendía que debía mejorar sus aptitudes físicas. Ya estaba cansado de vivir solo, y se había propuesto conseguir una compañera.

El Director, en cambio, era tosco en sus movimientos debido a su obesidad y, a pesar de su puesto, era un fumador empedernido. Totalmente autoritario y con ideales similares a un dictador, se paseaba por las diferentes salas del inmueble, más por perturbar la vida del bibliotecario y jactarse de su posición, frente a los demás, que por un verdadero interés en su función directiva, lo que indudablemente, era cuestión más de contactos que de méritos.

Los días se sucedían sin mayores inquietudes, el pueblo que habitaban era muy tranquilo y, curiosamente, reflejaba un parecido a las afueras de Londres. La población, llegaba a la cifra de 350.000 habitantes, casi se conocían todos entre sí, y había pocos extraños, algún que otro vendedor viajante, y uno o dos vagabundos. Éstos rápidamente eran indagados por la policía local y echados fuera del pueblo, para evitar posibles complicaciones.

Un día como cualquier otro, llegó un vendedor viajante que gustaba de la lectura y pronto se puso en contacto con la biblioteca. Aunque sus gustos no indicaban un gran intelecto literario, no preguntó por “Best Sellers”, sino por algún libro con cierta profundidad, citando incluso autores latinos y antiguos, de temas variados.

El bibliotecario nombró alguno de ellos y le recomendó otros.

Sin titubear, el viajante tomó la lista y comenzó a consultarlos a los efectos de decidir cuál de ellos le resultaría más interesante, y acorde a su estado de ánimo actual, para leer.

Su decisión no se hizo esperar y tomó uno de ellos de uno de los tantos y tantos estantes de la vasta biblioteca. Al entregarlo al bibliotecario para su identificación, notó que se había lastimado uno de sus pulgares, no lo dudó, metió su mano derecha en el bolsillo en busca de su pañuelo, para evitar manchar la excelente alfombra, púrpura estampada con flores de lis, que cubría el piso de la biblioteca.

El bibliotecario pidió el documento de identidad al viajante; las reglas de la biblioteca eran muy claras y se indicaban en un cartel dispuesto a las espaldas del bibliotecario: “Todo libro y/o documento de la biblioteca se prestará, entera e indiscutiblemente, contra entrega de documento de identidad. La Dirección”, y le inquirió tres días para su devolución.

El viajante iba a increparle, debido a que se conocían muy bien, pero vio el cartel y se contuvo. Habían entablado una amistad dese hace varios años. El pueblo estaba en su ruta habitual, no había querido cambiarla a pesar de los beneficios de incrementar sus ventas, debido a la amistad lograda a lo largo de su vida, y un pasar que no le permitía grandes lujos, aunque su soltería le concedía la posibilidad de un buen status. Lo que sí le pidió fue un plazo mayor de devolución, puesto que estaría un mes y no le daría el tiempo de leerlo.

El bibliotecario hizo caso omiso al petitorio, embolsó el libro y se lo entregó, volviendo a sus tareas habituales.

No era el mismo de siempre, algo le preocupaba, algo le molestaba. La simpatía que siempre tenía había desaparecido, la bondad en su mirada había cambiado, la sonrisa, que siempre emanaba de su cara, había emigrado.

Al cuarto día y como era usual a diario, el Director le exigió un listado de aquellos libros no devueltos, y extrañamente, encontró un libro. No era otro que el prestado a un extraño de profesión viajante. Sin vacilar demandó al bibliotecario su inmediata recuperación.

Éste, tomó su saco y se dirigió al hotel en el cual se hospedaba su amigo.

Al llegar, vio un marco de público y varios vehículos policíacos. Decidió entrar por la puerta trasera, la de servicio, y subió en el ascensor hasta el primer piso. Sin ser visto se escabulló hasta el cuarto del viajante, la puerta estaba entreabierta y entró.

El orden era impecable, la fama del hotel así lo requería y de ello se vanagloriaba.

En el sillón había una persona sentada y allí se encaminó. Cuando le miró a la cara para reprocharle su atraso, hubo de taparse la boca, un sudor frío lo estremeció, quiso gritar pero las cuerdas vocales permanecieron tiesas, congeladas. Sintió que toda la habitación se cernía sobre él, y salió corriendo rumbo a la biblioteca. Ni siquiera se acordaba del libro, asimismo cuando llegó a la esquina de la biblioteca lo recordó, pero no podía olvidar su rostro o lo que quedaba de él, totalmente ensangrentado.

Al llegar a la biblioteca, el Director le dijo satisfecho: “Así me gusta, que haga bien su labor”.

El bibliotecario estaba tan perturbado que no había escuchado sus palabras, y si lo hubiese hecho no las habría entendido.

Se sentó en su escritorio, situado detrás del mostrador, y bebió un sorbo de agua mineral que tenía encima del mismo. Le llamó la atención ver al Director muy sonriente y resolvió revisar los estantes.

Solitario e inmerso en el inmenso océano de la biblioteca, su lomo no sobresalía de los demás a no ser por su color negro profundo. Su textura indefinida laceraba la piel, cual arado de reja sin uso; sin descartar una helada sensación, que penetraba hasta los huesos. Al abanicarlo, sus hojas enmohecidas despedían un olor característico, casi nauseabundo que provocaba arcada, y un color amarillento declaraba su antigüedad, aunque presentaba unas extrañas pintas rojas.

No era muy buscado por los lectores, la gran mayoría de ellos desconocía su existencia.

Al parecer no era muy popular, y el bibliotecario sólo lo había clasificado, sin siquiera leerlo.

Tenía la posibilidad de leer tan sólo unos cuantos, dado que la biblioteca era muy extensa, ya que llegaba a una cantidad que sobrepasaba las 20.000 unidades.

El Director le había dado una orden directa al bibliotecario: “Lea solamente los más pedidos. Y no pierda tiempo con los demás. Si preguntan, sólo guíelos hacia la ubicación de cada uno del resto.”

Esa noche al terminar su labor, y sin pensarlo siquiera, tomó el libro y se dirigió a su casa, olvidando pasar por el club, como lo hacía día tras día.

No quería perder tiempo, debía leerlo lo más pronto posible, no podía entender cómo el libro había llegado a la biblioteca, dado que en la ficha de préstamo, no figuraba la fecha de salida que él, exactamente cuatro días atrás, había escrito.

Llegó a su casa y tras cerrar la puerta de calle, sacó su abrigo y lo colgó en el perchero que se encontraba a la entrada de la sala.

Como acto reflejo, se sentó en su sillón preferido, al lado de la ventana que daba a la avenida principal y abrió el libro.

Su título era algo elocuente:

“Alea jacta est...”

Le recordaba la gran frase de un gran conquistador de la era romana, Julio Cesar: “La suerte está echada...”. Y aunque el resto del título no lo podía leer claramente, la fecha que se leía al pie de la página decía:

Enero 09, IL a. C. (3)

La página siguiente indicaba los capítulos y sus respectivas páginas:

“Capítulo I: La conquista............................... página 9

Capítulo II: La derrota............................... página 666”.

Sin más trámite, comenzó su lectura y a medida que iba leyendo, una fuerza extraña se apoderaba de su persona. Al finalizar el primer capítulo, sus pensamientos habían cambiado, ahora lo hacía de forma positiva.

Llegó a creer que podía ser el nuevo alcalde del pueblo, el nuevo presidente del país; sus deseos de conquista del mundo habían comenzado, podía tener al mundo en sus manos, y sin tarjeta de crédito.

En ese instante sonó el timbre, y aunque había estado sonando por largo rato, no lo escuchó sino una sola vez.

Al abrir vio como una chica, vestida con el uniforme de la pizzería del pueblo, sostenía un paquete y le decía: “Son 57 pesos, como siempre”.

Él le pidió disculpas y le hizo pasar, ella accedió, y no obstante la diferencia de edad entre ambos, hicieron el amor.

No podía creer lo que estaba sucediendo, habían transcurrido varios años desde la última vez que había seducido a una chica, y debía seguir leyendo para poder asimilar toda la sabiduría que ese libro contenía.

Así pues, dejó a la chica en su cama, y bajó para continuar su lectura, no podía esperar a la mañana, su vida había cambiado y sabía que también su futuro.

Llegó al sillón y abrió el libro en la página 666. Su mente se transportó en un inconstante delirio, y llegó al final del capítulo dos, a su última frase, que en latín decía:

“La suerte está echada...a la conquista, y

al final de la derrota, se asoma la muerte”.

Al pronunciar estas palabras, comenzó a sentirse algo raro, su ritmo cardíaco empezó a acelerarse, notaba como una ligera presión en sus ojos comenzaban a sacarlos de sus órbitas.

Las hojas del libro se agitaban constantemente y las letras, impresas en él, salían despedidas hacía la cara del bibliotecario, de cuyas heridas brotaba sangre salpicando las hojas. Éste no pudo hacer nada, sus manos descansaban inertes sobre el posabrazo del sillón, su mente ya no estaba en este mundo.

Al despertar el nuevo día, la chica bajó las escaleras y le llamó repetidamente, sin recibir una palabra de respuesta.

Al ver sus manos en el sillón fue hasta la cocina y preparó té para dos, se acercó sigilosamente, y habiendo llegado, sus manos dejaron caer la bandeja con las dos tazas de té sobre la alfombra, púrpura como la que se extendía sobre el piso de la biblioteca. Quiso gritar pero no pudo y el libro..., el libro no estaba ahí.



([1]) Nota del Autor: “En números romanos, significa: 49 antes de Cristo”.

(015) La Cita

Ambas personas estaban sentadas en el mismo bar, a la misma mesa, pero distantes el uno del otro. Ninguna palabra salía de sus respectivas bocas, sólo se miraban. La gente que estaba presente, ni siquiera les notaba. Estaban ausentes, en otro mundo. Un mundo interior, en el cual se establecían otros límites y otros parámetros. Nadie podría adivinar a ciencia cierta, si pensaban en sí mismos, nadie, ni siquiera un vidente, un adivinador o un telépata.

Sus ojos se habían detenido en los del otro, penetrándolos e intentando llegar a su inconsciente. Tanto es así, que sus venas se distinguían en la blancura del globo ocular.

El mesero, que entregó el pedido, murmuró unas palabras que se perdieron en lo alto del local, una pizzería instalada en una casa antigua, con techos altos, ventiladores de techo con bombillas de luz, que, tenuemente iluminaban las mesas. Una barra con taburetes, que nada tenía que envidiar a los locales del Norte de América, con sus empleados vestidos de delantales rojos y gorros verdes con amplias viseras.

A pesar de lo alto de las conversaciones en mesas vecinas, era impávida la actitud de nuestra mesa.

Hasta que una de las personas se levantó tomó su cartera y se dirigió al baño. Éste estaba decorado con todo lujo, amplios espejos con luces dicroicas potentes y cerámicas estampadas con un detalle muy femenino, en colores pasteles, verde agua y rosado. Una luz de tubo de marquesina, que titilaba, se escabullía por una pequeña ventana de respiración que daba al callejón del costado del local.

Afuera, una noche tórrida, tranquila y desolada, era interrumpida por el ladrido de un perro vagabundo que merodeaba los tachos de basura, en la puerta de servicio, al sentir el aroma de la mujer a través de la ventana del baño.

La mujer en cuestión, estaba muy bien ataviada, con un trajecito de saco y pollera que, ajustado al cuerpo, permitía descubrir unas formas definitivamente femeninas y seductoras.

Esperando en la mesa la otra persona, había comenzado a disfrutar de su pedido, presentado con un mantel individual de papel, impreso a varias tintas, resaltando el nombre del lugar. Al frente, su vaso contenía una mezcla de licores y colores, aromatizados con una base de jugo de raíces para apaciguar el fuerte sabor a alcohol.

La intranquilidad comenzó a tomar forma, su estado de nerviosismo aumentó a medida que disminuía el contenido del vaso.

Al mismo tiempo, en el baño, la mujer no podía contener sus lágrimas. Debió continuar con trozos de papel higiénico al terminar su paquete de pañuelos descartables. Estaba totalmente desconsolada, las líneas de su rostro desfiguradas por trazos azules, ajenos a la madre naturaleza, navegaban por sus pómulos redondeados y por su mirada inflamada. Trató de enjugarse los ojos y salió en busca de su mesa.

Era indudable, la relación o el intento de serlo, había terminado. La femenina mujer, no podía creerlo, no quería creerlo.

Al llegar, la otra persona había terminado su vaso y ella, decidió increparla con voz temblorosa:

- ¿Por qué...? ¿Es que jugar con los sentimientos de los demás, es divertido? ¿Acaso pensaste que no me iba a doler tu actitud? ¿O acaso me creaste falsas expectativas por que soy mujer? ¿Por qué me engañaste de esta manera...?

Sin decir palabra, la otra persona, vestida de manera similar a la anterior, se levantó de la mesa sin murmurar.

Todos los hombres del lugar se dieron vuelta para mirarla, sus pantalones ajustados y su manera de caminar, hizo suspirar a más de uno.

Al salir, la puerta se cerró suavemente, condicionada por el gato hidráulico que manipulaba su acción. Se subió al automóvil estacionado al frente del local, y se dirigió a su apartamento. Aún permanecía imperturbable. Entró al apartamento y dejó su cartera delicadamente sobre la cómoda, se sentó y comenzó a acicalarse, a quitarse sus joyas y sus pinturas.

Al finalizar, se puso de pie y se dirigió al baño, y comenzó a depilarse las piernas, largas, flacas. Luego, tomó la espuma de afeitar y descargando una porción en la palma de su mano, se la pasó por el rostro, debía afeitarse la barba.

Y, aunque otra mujer, la quiso amar como mujer, su cuerpo de hombre, le impedía la felicidad de serlo.

Datos del Autor

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Nacio el 28 de septiembre en Montevideo, Uruguay. Ha publicado historias con el "nick" de Rosa M. Medina; y, terceros han publicado parte de sus poemas en "El Vocero" de San Juan, Puerto Rico. Estuvo viviendo en San Juan, Puerto Rico; y Loiza, Puerto Rico. Actualmente reside en Montevideo.