jueves, 26 de abril de 2007

(002) La Pasionaria



El agua corría por la ventana del dormitorio y se escuchaba el arrullo de las gotas al repicar sobre el techo de zinc; la lluvia había apoderado la atención de ella, mientras el tiempo giraba en el reloj de su muñeca.
Su cabello, rubio, crecía formando ondas de luminosidad seductora, su boca entreabierta coronaba con labios carnosos, una inquietante lengua que se ocultaba, cual tortuga atemorizada, cuando él llegaba; pero su cuerpo lo extrañaba cuando él no estaba.
Ella lo buscaba en cada momento y su nerviosismo aumentaba si no lo tenía cerca. Sus manos, meticulosamente cuidadas, jugaban con él en un rito sagrado antes de besarlo; y en el momento de hacerlo, su corazón latía de prisa, encendiéndose en un ardor destructor. Todo su cuerpo se estremecía, inundando el lugar con el smog de la pasión.
Ella lo agotaba sin darle tiempo a descansar; de vez en cuando lo dejaba en su lugar; un lugar especialmente dedicado para él.
Él era sumiso; al estar con ella quedaba tieso e indefenso, y como brasa incandescente se quemaba en su interior y exterior, sin que le diera muchas opciones de vida. Por lo tanto, su vida era fugaz, y él, sabía que no era el único; ella lo hacía constantemente con otros, a cada instante tomaba una nueva víctima, para proceder de la misma manera, con la misma pasión desenfrenada, y cuando ella lo hacía, su vida también se esfumaba.
Ella, lo gozaba, sabiendo que al final su cuerpo cambiaría; la metamorfosis era inevitable, sobre todo interiormente. Su cara de piel tersa y suave iba tornándose seca y quebradiza; sus manos ya no eran lo que entonces; su cabello, casi totalmente gris, denotaba distintas capas de coloración, quizás, para disimular el paso del tiempo; sus ojos mostraban el cansancio y, un par de lentes lograban ver las cosas con más nitidez; sus dientes ocultaban la intervención de un profesional, intentando emular tiempos lejanos.
Y él, gris, casi totalmente consumido, arqueado por el calor, descansaba tieso en su lugar. Las marcas, que otrora él mostrara con orgullo, ahora estaban ilegibles y arrugadas por el doblez de la vida; esa efímera vida que lo dejaría como desecho, como uno más que pasó por sus manos, las de ella, que lo alternaba con un pocillo de café negro para apaciguar y matar el tiempo de espera ó el gran final de una comida principal.
Y, él, lo poco que quedaba de él, ahí quedó, tendido sobre el cenicero de la mesita de luz del dormitorio, en que ella contemplaba la fría y lluviosa tarde del domingo.

No hay comentarios.:

Datos del Autor

Mi foto
Nacio el 28 de septiembre en Montevideo, Uruguay. Ha publicado historias con el "nick" de Rosa M. Medina; y, terceros han publicado parte de sus poemas en "El Vocero" de San Juan, Puerto Rico. Estuvo viviendo en San Juan, Puerto Rico; y Loiza, Puerto Rico. Actualmente reside en Montevideo.