viernes, 6 de abril de 2007

(001) El Profesional

Esa tarde ya era bastante complicada, sin despreciar la mañana que había amanecido gris y lluviosa, dando la impresión de que el fin del mundo, en forma de diluvio, mostraba sus facetas.

Había salido de su casa en busca de un taxi, que lo llevara rumbo al garaje donde tenía el auto. Dos o tres baldosas flojas y las correspondientes manchas en el pantalón, recién salido de la tintorería y la fuerza del viento que vence al paraguas. No era su día.

El tránsito aglomerado, como una peregrinación de hormigas hacia el insecto caído, mostraba sus incoherencias. Nadie atinaba a la maniobra exacta. Era lógico. Era viernes, el fin de semana sombrío.

Él, como buen librano, estaba sobradamente superado. La injusticia rondaba a su alrededor, como hiena a la espera de su turno. No era para menos, toda su vida dedicada a la sociedad, sin que la comunidad hiciese algo para revertir su situación.

Su ira había crecido, a medida que aumentaba el cauce del río que lo vio nacer y crecer, jugando en sus aguas, y su ilusión iba a la par de su economía, estaba con trabajo y sin dinero, era profesional y ejercía como tal en una Institución de las más grandes del Reino.

Él era nacido y criado en el Reino de los Verdes, quienes reinaban desde poco tiempo después de la Segunda Guerra Mundial y, quienes iban a seguir reinando económicamente.

La Institución le pertenecía, al igual que una Cooperativa, pero no así la Junta. La Junta, que integraban colegas de su generación y pos - generación, decidían la suerte de toda la Institución. De toda, menos de los integrantes que no formaban parte de ese gremio; sino de un gremio que, por no haber estudiado, ni haberse formado previo a su ingreso, habían logrado una unión mucho más fuerte, más cerrada, más protectora.

Era un viernes gris, lluvioso, y triste; su presencia en la caja de cobro de la Institución había sido infructuosa; pero él, ya estaba preparado, ya conocía, ya había intuido lo que se concretó ese viernes 13, y no dudó un sólo instante.

Volvió a su casa a prepararse, cual instrumentista, y con mucha calma, acomodó su material en el maletín, ordenadamente; nada debía quedar fuera de su lugar, la meticulosidad era su apodo; y se dirigió nuevamente a su auto, uno rojo, pequeño, bien cuidado, pero suyo al fin de cuentas, aunque casualmente, hoy, esa misma mañana gris, había chocado.

Mientras conducía hacia la reunión, la Junta se reunía los segundos viernes de cada mes, recordaba las escenas de la película que había visto la noche anterior: "El día del atentado al Führer"(1).

Al llegar a la reunión, entró sin ser visto, sin saludar, sin dirigir palabra a nadie, y ocupó un lugar en la mesa redonda, colocando cuidadosamente el maletín debajo, y esperó.

Su nerviosismo iba en aumento a medida que el tiempo transcurría y, los demás, llegaban lentamente.

Llegado el último, miró su reloj por última vez, y sin detenerse, se levantó y dijo:

- "Señores..., la situación se tornó insostenible, y he decidido adoptar otras medidas para que esto no vuelva a suceder. Los que cobran 1ª y 2ª semana lo harán 5ª y 6ª, y autorizamos un aumento retroactivo de diez mil dólares para cada uno de nosotros. Gracias, se levanta la sesión".

Sus problemas habían cesado provisoriamente, tomó su maletín, y se dirigió a su Ferrari Testarrosa.

Había sido un gris viernes 13.



(1) Nota de Autor: "Las escenas que recuerda son cuando los propios integrantes de la Gestapo, en una reunión mantenida dentro de un bunker, introduce una bomba dentro de un maletín. Aparentemente, Adolf Hitler no sufrió ninguna lesión, al estar detrás de una pared, en el momento de la explosión".


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Datos del Autor

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Nacio el 28 de septiembre en Montevideo, Uruguay. Ha publicado historias con el "nick" de Rosa M. Medina; y, terceros han publicado parte de sus poemas en "El Vocero" de San Juan, Puerto Rico. Estuvo viviendo en San Juan, Puerto Rico; y Loiza, Puerto Rico. Actualmente reside en Montevideo.